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By Zuberoa Marcos

In June 2012, Paolo Gasparini, a medical geneticist at the University of Trieste, Italy, took the last DNA sample from an individual of an isolated community in northern Kyrgyzstan, Central Asia. Since 2010, he and his colleagues have collected nearly 1100 samples of the different ethnic groups that live along the Silk Road, the historical 4,600-mile long international trade route between China and Europe. As he reports in Nature, his goal is to map the genetic roots of food preferences and of the senses that contribute to it.

Over the past two decades, researchers have identified receptors on the tongue for sweet, umami, bitter, sour, and salty flavors and they have deciphered how the brain integrates this information. But understanding why people prefer certain foods is still a mystery. Scientists think subtle variations in the genes that encode the taste and smell receptors might have a big influence.

The Silk Road is a paradise for genetic exploration. It connects East, South, and West Asia with the Mediterranean and European world, as well as parts of North and East Africa. In the mountains and valleys along the route live isolated populations composed of members that often intermarried, which makes them genetically very homogeneous.

Within each tribe, scientists tested volunteers' abilities to hear different sound frequencies, to taste salty or bitter compounds soaked into scraps of filter paper, to distinguish different shades of color and to identify 12 different smells impregnated in marker-like sticks. The team also showed the volunteers pictures of 80 different food types and asked them to indicate how much they liked or disliked each one. Finally, they took a saliva sample from each participant.

The team is now carrying out a detailed analysis of the DNA extracted from the saliva. They have already identified genetic differences involved in sensing spicy-hotness and in a sweetness molecule associated with a strong liking for vodka and white wine.

The analyses of all the data from the Silk Road expedition — officially called Marco Polo, after the Venetian explorer who traveled the route in the thirteenth century—will not only keep the scientists busy for years but will provide very valuable resources for the food industry and human medicine. Understanding the genetic roots of food preferences and culinary traditions might one day help fight obesity. It could also help us develop new foods that are enjoyable but not bad for our bodies.

Zuberoa Marcos is a former biologist and current science writer based in Barcelona. She writes articles regularly for Science Today.

Un viaje sabroso por la Ruta de la Seda

Por Zuberoa Marcos

En junio de 2012, Paolo Gasparini, especialista en genética en la Universidad de Trieste, Italia, tomó la última muestra de ADN de un individuo de una comunidad aislada en el norte de Kirguistán, en el Asia Central. Desde 2010, él y su equipo han recogido casi 1.100 muestras de los diversos grupos étnicos que viven a lo largo de la Ruta de la Seda, la histórica red de rutas comerciales de más de 7000 kilómetros de longitud que se extendía desde China hasta Europa. Su objetivo,  según recoge la revista Nature en un artículo, es descifrar las raíces genéticas que están detrás de las preferencias alimentarias y de los sentidos que contribuyen a ellas.

En las últimas dos décadas, los investigadores han identificado receptores en la lengua para el dulce, el amargo, el ácido, el salado y el umami y han descifrado cómo esta información se integra en el cerebro. Pero por qué determinadas personas prefieren ciertos alimentos sigue siendo un misterio. Los científicos creen que pequeñas variaciones en los genes que codifican los receptores del gusto y del olfato podrían tener una gran influencia.

La Ruta de la Seda es un paraíso para la exploración genética. Conecta Asia oriental, meridional y occidental con el mundo mediterráneo y europeo. En las montañas y valles a lo largo de la ruta viven poblaciones aisladas compuestas por pocas personas que, al casarse con individuos del mismo grupo, son genéticamente muy uniformes.

Durante los últimos años los científicos han estudiado la capacidad de voluntarios de cada tribu para escuchar frecuencias de sonido diferentes, para saborear el salado y el amargo en trozos de papel de filtro empapados con distintos compuestos, para distinguir diferentes tonos de color y para identificar 12 olores. El equipo también mostró a los voluntarios las imágenes de 80 alimentos diferentes y les pidió que indicasen lo mucho que le gustaba o disgustaba cada uno. Por último, tomaron una muestra de saliva de cada participante.

Los científicos actualmente están realizando un análisis detallado del ADN de la saliva. Ya han identificado algunas diferencias genéticas implicadas en la detección del picante y en una molécula asociada al dulzor relacionada con el gusto por el vodka y el vino blanco.

El análisis de todos los datos recopilados durante la expedición en Ruta de la Seda – llamada oficialmente Marco Polo, en honor al explorador veneciano que fue el primer europeo en recorrer la ruta en el siglo XIII- mantendrá a los científicos ocupados durante años, pero proporcionará información muy valiosa a la industria alimentaria y la medicina. Comprender las raíces genéticas de las preferencias alimenticias y tradiciones culinarias podría algún día ayudar a combatir la obesidad. También podría ayudar a desarrollar nuevos alimentos que son agradables pero no está mal para nuestros cuerpos.

Zuberoa Marcos es bióloga molecular y actualmente trabaja como productora de TV y periodista científica. Escribe de forma regular para Science Today.

Image: Guillaume Jacquet/Wikipedia

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